En los últimos días he estado pensando en el papel que desempeñamos los pastores. Ésta es una vocación con muchos privilegios y alegrías, pruebas y tentaciones, pero principalmente responsabilidades y desafíos. Es justamente nuestra tarea pastoral la que colabora con la dinámica de comunidades de fe en función de la espiritualidad personal, adoración, servicio y ministerio de cientos o miles de cristianos que pasan por las congregaciones que nos toca pastorear.
Malaquías nos muestra la visión que Dios tiene respecto a los líderes religiosos de Su pueblo pos-exilio. La realidad es cruda, la decepción divina es chocante, la realidad sacerdotal avergüenza, la situación del pueblo entristece. El texto nos dice literalmente: “os echaré al rostro el estiércol de vuestros animales sacrificados” (v.3). Dios estaba francamente desilusionado de sus siervos.
Las celebraciones de aquellos líderes religiosos ya no eran representativos de la espiritualidad del pacto que Dios había hecho con Leví y su descendencia. Entonces, Dios les hace recordar el tenor de aquel pacto y nos ayuda a recordar a nosotros de qué deben preocuparse los pastores:
Lo primero es de la Vida y la Adoración (v.5), que representa un llamado a la cotidianeidad de la adoración a Dios. Vivir humillado delante de Su presencia desde aquellas cosas que representan nuestra rutina hasta las más importantes para nuestras congregaciones; y así disfrutar de Su Shalom en todas las áreas de la vida.
Lo segundo es la Palabra y la Ética (v.6-7), que representa el desafío visible donde la centralidad de la Palabra no sólo se encuentra en la predicación sino principalmente en el testimonio y la ética. El texto nos dice que la verdad debe estar en nuestras bocas sin iniquidad, vivir en paz con Dios para no apartar a nadie de Sus caminos.
En tiempos como los de hoy, donde no hay confianza en las instituciones religiosas, la credibilidad es lo único que los líderes religiosos tienen para comenzar su tarea pastoral. Pero, también, esa misma tarea tiene una incidencia significativa en la formación de las identidades personales de creyentes y de comunidades de fe en relación a su espiritualidad con Dios y su relación con la sociedad, en la incidencia pública que el creyente y la iglesia tendrán tocante a la ética y la justicia social.
Por lo tanto, el daño es incalculable cuando hablamos de pastores que “se apartan del camino” (v.8) y utilizan su vocación y oficio para hacer “celebraciones” (tareas pastorales) que lo único que representan es la corrupción de la ley y del pacto que el Señor del Universo hizo con Su pueblo.
Entonces, frente a la realidad de los sacerdotes en el tiempo de Malaquías, el Señor decide que “les quitará poder... los barrerá junto al estiercol... [y dejará que] la gente los desprecie y les falte el respeto” (v.3,9 TLA), porque finalmente utilizará otros recursos para continuar con Su Pacto, pues Su fidelidad y amor es inmutable e inamovible.
¿Es eso lo que está pasando o pasará con los líderes religiosos de la Iglesia de Cristo en la actualidad?
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